“Ella haría todo para conseguir un trabajo”, decían.

“Se ganó todo con su cuerpo”, susurraban.

Así empezó el círculo vicioso de la marginalización. Mis colegas y compañeros de la universidad se volvieron en mi contra, y empezaron a esparcir rumores e historias ofensivas que encajaban más en el guion de una barata telenovela de los 90’s. Al principio, la situación era tan ridícula, tan exagerada y dramática que pensé que me la estaba imaginando. Pero resulta, que no era cierto.

Se empezaron a esparcir rumores sobre una supuesta relación que tenía con un miembro del personal académico y sobre conversaciones que nunca pasaron, en las que yo supuestamente había dicho “haría lo que fuera para conseguir un trabajo”. Había una constante devaluación de lo que yo era capaz académica y profesionalmente, y muchos comentarios sobre como yo “había ganado todo con el cuerpo”. Entonces, hubo rumores de que yo menospreciaba a otras mujeres, comentando sobre cómo se vestían y comportaban junto a comentarios sexistas.

“¿Qué tan falsa puede ser esta mujer que habla del feminismo en redes sociales para luego hacer comentarios sexistas sobre otras mujeres?” alguien dijo. Ésas eran las palabras que me más me herían.

Acoso verbal constante, presión, bullying, enormes cargas horarias y laborales para las que yo aún no estaba lista, llamadas nocturnas, e intensas críticas por los “errores” que supuestamente cometía, todo a manos de la misma persona, mi “mentor”. Hacía comentarios desde que yo tenía que “tener cuidado con lo que compartía en redes” y “verme más seria” hasta cosas como que “yo no sería capaz de hacer nada en esta vida si no consulto a un psicólogo y supero mis inseguridades” y “llegaré a los 30 años para ganarme el pan con mi cuerpo”. Lo que más me impactó era que estos rumores se contaron como si yo se los hubiese dicho a alguien. Estos enfermizos comentarios se contaban como si yo los hubiese confesado.

Sin embargo, como quería evitar reacciones adversas y más rumores, sentí que no e quedaba más opción que aguantar y ser paciente por un par de meses más hasta poder salir de la tóxica situación de la universidad en el momento oportuno. Desafortunadamente, mientras más intentaba evitar el cuchicheo, el drama y los rumores, y mientras más tenía que explicar mi situación, más terminaba disculpándome por mi comportamiento. En este tóxico ambiente, empecé a creer que yo era la culpable, a pesar de ser la víctima. No supe hasta más tarde que este efecto de la manipulación se llama gaslighting .[1]

Desde entonces, avancé con mi vida y comencé a estudiar por un título de maestría en el extranjero. Pero a pesar de haberme graduado y mudado, me di cuenta de que seguía escuchando de vez en cuando rumores que se contaban sobre mí. 

Con este artículo, no pido ni expiación ni justicia. Quiero aconsejar a la gente que está expuesta a este comportamiento para que alcen la voz, sin importar su género. Cuando reconté mi experiencia, se me preguntó muchas veces por qué nunca dije nada en ese momento o por qué no abandoné esa tóxica situación. Pero como dice el dicho griego, “desde afuera del círculo de canto, uno puede cantar muchas cosas”, o, en español, “más fácil decirlo que hacerlo”. Incluso ahora, hablando como mujer, no se me hace fácil. Los tiempos cambian, muy lentamente, por desgracia, demasiado lentamente. Pero cada día que pasa, esos comportamientos se vuelven menos y menos tolerables.

A lo largo de esta situación, me sentí como una débil niñita que fue golpeada una y otra vez. Pero el día en que me di cuenta de que estaba lista para hablar fue el día en que esta niñita se sintió una mujer.

Lee la primera parte de esta historia.

[1] Gaslighting es un tipo de manipulación psicológica cuyo objetivo es sembrar duda dentro de los individuos para que no estén seguros de su propia percepción, memoria o lógica. Usando la negación constante, engaño, contradicción y falsedades el abusador busca desestabilizar a la víctima y descreditar sus creencias.